Cuando se analizan los pros y los contras de los avances tecnológicos en relación con cierto tipo de manifestaciones culturales, como la lectura, la música o el cine, se tiende a plantear una búsqueda de ganadores y perdedores como si de un torneo se tratase, sin pararnos demasiado a reflexionar que, más allá de los novedosos dispositivos que puedan ir apareciendo, lo que busca el rodillo del mercado capitalista es crear dependencias, modificando para ello comportamientos. Me explico.

Lo importante no es si el vinilo sonaba mejor que un CD, o las cintas de vídeo VHS eran más duraderas que los DVD, al final las plataformas de música en streaming como Spotify o las de contenidos audiovisuales tipo Netflix han acabado barriendo todo tipo de soportes o reproductores, fueran buenos, malos o mejorables. Esta industria ha barrido con los cines de barrio, los videoclubs y por supuesto con las colecciones personales de música, creadas durante años, fueran estas discos, casetes o CD's. Lo malo no fue la invención del formato MP3, que se puede escuchar en multitud de soportes y situaciones, lo peor fue el modelo de negocio que las multinacionales del sector impusieron, sin más consideración que su beneficio.
En el terreno editorial está comenzando a suceder algo parecido. El disenso no es entre libros y ebooks, creo que ambos son complementarios y tienen ventajas evidentes (como ya cité en el artículo anterior). La verdadera cuestión es ¿qué está en camino de imponerse, vía gigantes tecnológicos y multinacionales del ocio? ¿qué patrón mercantil buscan establecer con la anuencia de los consumidores?

Una de las claves de esta contienda radica en comprender que los libros son para la industria artículos de consumo, mientras que para los lectores son bienes culturales. Además, y en el caso concreto de los libros electrónicos, plantean su modelo de negocio con las cartas marcadas.

Primero blindan el ebook con una tecnología intrusiva como es el DRM (por sus siglas en inglés de digital rights management) o gestión digital de derechos (a veces escrito también gestión de derechos digitales), un término genérico que se refiere a las tecnologías de control de acceso usadas para limitar el uso de medios o dispositivos digitales. Desde un punto de vista práctico, el adquirir contenido protegido por un sistema DRM supone que el comprador no puede disponer con libertad de dicho contenido: no puede instalarlo en los dispositivos que elija, puede tener limitado un número de visualizaciones o descargas del contenido, es incluso posible que el contenido que ha adquirido desaparezca debido a que el proveedor decida revocar la licencia. Porque de hecho, y este es el segundo aspecto, las empresas no venden libros, sino que los "alquilan", otorgan licencias de uso. El lector cree comprar un libro (aunque su formato sea un archivo digital) pero no puede, sin embargo, regalarlo, prestarlo a un amigo o dejarlo en herencia, porque de hecho no es suyo (hay varios litigios en tribunales estadounidenses por esta cuestión).

Tanto es así que en un reciente estudio llevado a cabo por Tiendeo, donde se identifican las tendencias de consumo en relación con los libros físicos y los libros digitales en España (no hábitos de lectura), un 61 por ciento de los encuestados prefieren leer en papel "porque les gusta guardarlos y poder compartirlos". Ahí hemos llegado, ¿los ebooks no se pueden guardar ni compartir? Pues una buena parte de los que dominan las listas de venta tienen ese gran lastre, defecto y desventaja. Pero no son todos, como ya he dicho, existen numerosas plataformas y editoriales que apuestan por ebooks libres, sin DRM ni cortapisas tecnológicas, que incluso dificultan la compra del propio libro.

Como editor independiente apunto, además, otras ventajas innegables del formato electrónico:
  1. Para una editorial sería impensable poder pensar en publicar un libro sin tener en cuenta los costes económicos de su edición (impresión, distribución...). El formato digital lo permite. Crear un epub a partir de un texto digitalizado no requiere más que un poco de tiempo y otro tanto de conocimientos de herramientas informáticas como el editor Sigil (un programa de software libre). Olvidándonos también de otro tipo de gastos como el almacenaje.
  2. Hace varios años un amigo me preguntó cuánto costaba hacer un ebook. No se sabe. Las editoriales comerciales cobran cuanto pueden. Tanto como sus potenciales lectores/clientes estén dispuestos a pagar. Lo que sea, cuanto más mejor. La cosa no va de calcular el tiempo y los recursos invertidos en transformar el archivo digital que se envía a imprenta, para su copia en papel, o crear uno nuevo para subir el libro electrónico a una página web donde venderlo. Si así fuera, el precio sería mucho más bajo. Y aún más para una gran editorial que sabe que venderá miles de ejemplares. Amazon, por ejemplo, varia los precios de los ebooks a lo largo del día en función de la demanda y de otras múltiples variables, dándose el caso de venderlos por encima del precio de lo que cuestan en papel.
  3. Si para un lector medio los libros en papel pueden llegarse a convertir en un auténtico problema doméstico, para un editor o para una editorial habría que multiplicar por 100 (o por 1000) esta dificultad. de modo que de nuevo el libro electrónico facilita hasta el extremo el manejo y la gestión del catálogo por muchos títulos que contenga.
  4. Por esta misma razón se podría pensar que los críticos y reseñistas, la mayor parte de ellos para revistas o portales en soporte digital, deberían tender a leer ebooks (por aquello de ahorrar tiempo, espacio, y un capítulo importante de gasto a las editoriales) en lugar de almacenar libros en papel que nunca leerán (algunos así lo confiesan públicamente). Pues no. Trabajarán y escribirán sus crónicas en ordenador, y serán publicadas en páginas web, que los lectores leerán desde sus dispositivos electrónicos, pero para ellos solo existe el libro en papel.
  5. Es obvio, que cada día más los libros son descatalogados a ritmo vertiginoso, por ello la opción del ebook permitiría ofrecer títulos inencontrables de manera bastante sencilla y asequible.

Como muy bien recuerda Irene Vallejo en "El infinito en un junco", "el libro ha superado la prueba del tiempo, ha demostrado ser un corredor de fondo. Cada vez que hemos despertado del sueño de nuestras revoluciones o de la pesadilla de nuestras catástrofes humanas, el libro seguía ahí". Y continúa más adelante: "leemos más que nunca", estamos cercados por todo tipo de mensajes, de la mañana a la noche, y la mayor parte de ellos "parpadean en los teléfonos móviles, y en las pantallas de los ordenadores [...] Dedicamos varias horas de nuestra jornada y de nuestro ocio a tamborilear sobre distintos teclados". En cierta forma la tecnología ha vencido, pero que no nos quite la posibilidad de elegir con libertad.