Por qué me gustan los ebooks (I)
Desde hace bastante tiempo -años- son recurrentes los artículos en blogs y también en revistas que se enfrentan al irresoluble dilema: libros en papel o en formato electrónico (ebook). En general los argumentos utilizados son bastante manidos, recurriendo a los habituales lugares comunes, apegos sentimentales y preferencias personales, sin entrar a valorar cuestiones más objetivas y fundamentales.
La más común de las apreciaciones en favor del libro en papel, es que representa un compendio de recuerdos y sensaciones imperecedero, sencillo, ligero, sólido y económico. Y es verdad. Como explicó hace unas semanas Juan Mayorga con respecto al teatro, el libro alcanzó un desarrollo casi perfecto a partir del invento de la imprenta. Desde entonces los cambios han sido pocos y solo han servido para mejorar cuestiones técnicas en su formato, ya de por sí brillante.
Los libros permiten incluso un trato descuidado, pueden ser reparados con relativa facilidad y superan con creces la vida de su propietario; en ellos es posible incluir notas, dibujos y escribir en sus márgenes; permiten guardar fotos, hojas, flores... en sus páginas; y, además, no necesitan ninguna fuente de alimentación para leerlos ni actualizaciones del fabricante para mantenerlos al día. Cualquiera de estas razones serían suficientes para considerar que está garantizada la continuidad de los libros en papel.
Sin embargo, lo dicho hasta ahora no invalida otras cuestiones muy favorables con respecto al ebook: son fáciles y muy baratos de fabricar, pueden ser almacenados en gran número utilizando para ello soportes muy baratos y pequeños (como una llave USB o una tarjeta de memoria SD), y hay millones de ellos en Internet (clásicos y actuales) que pueden ser descargados libremente (la editorial Dyskolo, por ejemplo, es uno de los proyectos sin ánimo de lucro entre los cientos o miles que existen). Y existen también plataformas de bibliotecas públicas que ofrecen una buena parte las novedades editoriales en modalidad de préstamo.
Uno de los errores más comunes en este debate entre libro vs. ebook, es confundir este último con el soporte utilizado para leerlo (e-reader). Es cierto que también se tiende a llamar ebook al dispositivo específico para su lectura (Kindle, Kobo o Wooxter, entre otras, son las marcas comerciales), y que desde luego no tienen nada que ver con un iPad o una tablet, aunque haya quien lo mezcle todo. Cualquiera que haya leído durante horas con un libro electrónico, sabe que el placer de la lectura está garantizado, al nivel de su homólogo en papel, y que no tiene nada que ver con leer en otro tipo de pantallas como una tablet, un ordenador o (no digamos) en un teléfono.
Para alguien que se considere un buen lector, el ahorro de espacio que en una vivienda actual proporciona un libro electrónico es más que considerable, y más si nos paramos a pensar cuántos libros de los que hemos leído el último año merecería la pena guardar y no deshacernos de ellos nunca.
De alguna manera el libro electrónico puede hacer la misma función que cumplen los libros que tomamos de las bibliotecas públicas. Al menos en mi caso que leo indistintamente en ambos soportes, solo compro en papel y conservo los que considero "buenos" libros. No tengo tanto dinero ni espacio para comprar y almacenar sin criterio.
Por otra parte, ciertos libros en papel (y no me estoy refiriendo precisamente a los formatos 'de bolsillo') son realmente problemáticos para leer en la cama, o en un vagón atestado de tren.
Pero hay una cuestión fundamental, que siempre se obvia o se pasa por alto en este tipo de debates, y que hace referencia a la forma en que la tecnología se impone de manera arrolladora en otros órdenes del ocio, queramos o no, por encima de nuestros gustos y preferencias. De hecho, esta imposición del mercado tecnológico es tan abrumadora que anula cualquier discusión pública en otros terrenos.
[¿interesante, no? pues continuaré la próxima semana, puedes comentar mientras tanto]
January 16th, 2021