Si tienes la suerte de haber vivido en París cuando joven, luego París te acompañará, vayas adonde vayas, todo el resto de tu vida, ya que París es una fiesta que nos sigue.
De una carta de Ernest Hemingway a un amigo (1950).

Hemingway llegó a París a finales de 1921 con 24 años y una joven esposa, Hadley Richardson, como corresponsal del periódico Toronto Star. Y pronto encontraron un pequeño apartamento sin ascensor, en el número 74 de la calle Cardenal Lemoine, en el corazón del Barrio Latino y a escasa distancia de la plaza de la Contrescarpe.

Desde este domicilio se asciende hasta la pintoresca plaza con árboles, que es la zona más alta de los alrededores y que Hemingway llama en su libro de memorias "la montaña de Sainte-Geneviéve". Y hasta allí también subía en las mañanas de primavera un cabrero
"al son de su flauta, y la mujer que vivía en el piso encima del nuestro bajaba a la calle con un gran jarro. El cabrero escogía una de sus cabras negras, de ubres pesadas, y la ordeñaba en el jarro, mientras el perro arrimaba las demás cabras a la acera. Las cabras miraban a su alrededor, torciendo el cuello como turistas en un panorama nuevo".
Imagen bucólica donde las haya.
En la actualidad el lugar concentra una amplia gama de cafés, terrazas y bares, que en la época que describe la autobiografía "París era una fiesta" no existían. Por cierto que el título en inglés de este libro es "A Moveable Fest", y procede de la carta citada al inicio de este artículo "una fiesta que nos sigue", una fiesta móvil, itinerante. Pero en castellano, y también en francés, se optó por el ya mencionado y archiconocido "París era una fiesta".