En "Algún día este dolor te será útil" (Peter Cameron), su protagonista James Sveck se pregunta sobre la diferencia entre los libros de arte "para las mesitas de centro" y las obras conceptuales que su madre trata de vender en su galería de Manhattan. Básicamente, el mundo cree necesitar y valora los libros para mesitas de centro, pero no ve necesarias las obras de arte vanguardistas.
Del mismo modo, como editor he tenido una percepción similar con respecto a los libros y los ebooks. El mundo cree necesitar y valora los libros para llenar estanterías, pero no ve necesarios los libros electrónicos, y mucho menos si son de autores noveles o de escritores defenestrados ya en su momento por la razón que fuera (generalmente por ir contra el pensamiento dominante de la época).
De manera que el libro como objeto (de consumo) tiene más valor y resulta más necesario que el libro como trabajo de un escritor, independientemente de que se encuentre en un archivo digital, en papel fotocopiado o escrito en un cuaderno de espiral. Pero en un panorama controlado por el mercado (editorial) ¿cómo podría ser de otra manera?
Se publica, se imprime, se distribuye, se promociona, se anuncia, se exhibe, se reseña y se comenta lo que se vende. ¿A quién le interesa una novela de López Salinas o de Manuel Ciges? A casi nadie. ¿Quién la leería en formato electrónico? Nadie.
Solo algunos nadies publicamos en formato digital y, además, autores perseguidos, censurados, ignorados... que otros (muy pocos) nadies leen.
Si dejamos a un lado el estéril debate sobre el futuro de los libros en papel, o las preferencias de los lectores entre estos y los libros electrónicos, me gustaría llamar la atención sobre algunas cuestiones:
  1. Hace varios años un amigo me preguntó cuánto costaba hacer un ebook. La respuesta correcta es: no se sabe. Las editoriales comerciales cobran cuanto pueden. Tanto como sus potenciales lectores/clientes estén dispuestos a pagar. Lo que sea, cuanto más mejor. La cosa no va de calcular el tiempo y los recursos invertidos en transformar el archivo digital que se envía a imprenta, para su copia en papel, o crear uno nuevo para subir el libro electrónico a una página web donde venderlo. Si así fuera, el precio sería muy bajo. Y aún más para una gran editorial que sabe que venderá miles de ejemplares.
  2. Para un lector medio los libros en papel pueden llegarse a convertir en un auténtico problema de espacio (doméstico) y económico, que solo una biblioteca pública puede paliar. ¿Cómo recortan sus costes las grandes editoriales? Imprimiendo en China y destruyendo los ejemplares no vendidos en tres meses. Como explica la editora Ana Cristina Herreros "se ha modificado la Ley del Depósito Legal para permitir que se imprima en China [...] que es mucho más barato, obviamente.[...] En España, nuestro sistema tributario favorece la destrucción de libros; si destruyes los libros, Hacienda te bonifica con la devolución del cuatro por ciento del IVA".
  3. Es obvio, que de manera cada vez más acelerada se publican más y más libros, que a su vez son descatalogados a un ritmo vertiginoso. Lo que obliga a multiplicar las ventas de un producto cuya obsolescencia programada es de meses. Curiosamente tienen que ser iniciativas sin ánimo de lucro, las que digitalicen y rescaten el patrimonio literario que el mercado va tirando por la borda. No hay beneficio (porque no hay mercado) para las obras que no son novedades,
  4. Se podría pensar que los críticos y reseñistas, la mayor parte de ellos para revistas o portales en soporte digital, deberían tender a leer ebooks (por aquello de ahorrar tiempo, espacio, y un capítulo importante de gasto a las editoriales) en lugar de almacenar libros en papel que nunca leerán. Pues no. Trabajarán y escribirán sus crónicas en ordenador, y serán publicadas en páginas web, que los lectores leerán desde sus dispositivos electrónicos, pero para ellos solo existe el libro impreso (la mística del papel) y jamás harán una reseña de una obra publicada en formato digital.
Si se venden libros no es porque a la gente le guste leer cada vez más, quizá pueda ser que haya quien le guste comprarlos (que es bien diferente), pero sobre todo porque hay una industria muy poderosa que se ha encargado hasta ahora de mercantilizar todos los aspectos que rodean al mundo de la lectura. Desde la creación hasta los comentarios y las reseñas, pasando por la legislación relativa a los derechos de reproducción, siempre en detrimento de autores y lectores. Y sin la cual ni se publicaría ni se vendería tanto. Y uno de los pocos resquicios que aún se salva es, precisamente, la edición de libros digitales con licencias libres, porque la cultura no puede ser únicamente un negocio.